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Ahhh, este sol.
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No quiero volver a abrir los ojos.
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Esta brisa.
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Volver a caminar por los cielos, tan solo una vez más.
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Esta ciudad.
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Tengo miedo de seguir hacia adelante.
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Yo…
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Tengo miedo.
Lentamente, esperan con sigilo, escondiéndose con astucia mientras corro sin poder apreciar el mañana. Ahora mis sombras serán exterminadas, mi tranquilidad nunca volverá. El amargo sabor de una pérdida se mezclará con los restos podridos en el abismo, en esa atmósfera enferma que a cada paso se impregna en mis pensamientos.
El mar de los deseos hoy lamentará los pocos días que aún le quedan, se secará mientras la luna se apague en ese inútil esfuerzo por desear cantar con su silencio en el patio de los sueños. Sus cuerpos se agrietan infectados por sonrisas que no valen lo que expresan, sus colores se pierden en el último grito de un condenado bajo el asedio de un sueño de libertad.
Mi fugitivo traicionero volvió a salir victorioso, con aires de grandeza y completa dominación, ha decidido exterminar mi existencia. Los suspiros ya no sirven de nada, su esencia echó a volar con el viento en un constante forcejeo por liberar el último acto de traición en medio del siniestro escenario.
Odiándome, repudiándome, aborreciéndome hasta el punto de renunciar a mis, quizá nunca establecidas, metas; hasta caer rostro a tierra y desear que esta me trague. Acariciando este sentimiento que hace a las personas morir para poder vivir, cada latido es un segundo perdiéndose entre deseos e ilusiones. Quisiera…
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Esta tarde.
Todos caminan rostro al suelo.
Este anochecer.
Los colores del cielo ya no me hacen feliz.
Esta noche.
Aunque su llegada haga que el miedo me envuelva, desearía que nunca llegara a su fin.
Soy yo, el llanto sin lloro lagrimeando en su tonta ilusión, en mi tonto mundo en el que, por temor y sin reparos, decidí encerrarme. Por esto, mi voz callará para que las emociones puedan fluir libremente, para que me acribillen de mentiras bañadas en esa patética felicidad, para que mi pequeño mundo colapse entre la ira y la agonía que siento al no poder…
Suave noche, envuélveme con los gritos de tus hijos, haz añicos mis sentimientos con la muerte que una vez dije no temer, hazme pagar por sentir que, si acaso merezco el honor de tan solo decirlo, pudiese hacer posible lo imposible, apuñálame con la realidad de la cual, sin descanso, luche por escapar. Realidad que aun obligándome a creerla desde el sentimental despertar, terminó ejecutando violentamente lo poco de estima que quizá aún me tenía.
Santa.
Santísima eres tú.
Cúbreme con tus caricias, porque ya no me queda más por dar. Ahora que el día ha caído, sostenme en tus fríos mantos de cristal y haz que deteste el estar respirando el aire de los que lograron ser felices. Aun cuando me esfuerce por reír, en mi más sincero interior estoy odiando la vida que muchos consiguieron disfrutar. Por eso, cántame la canción una vez más, consúmeme con esa melodía que hace a todos temblar, canta para que caiga en ese sueño del que jamás pueda despertar.
Querida soledad, hoy te encomiendo mi alma, si, a ti y a nadie más, hoy te extiendo mi corazón para que sepas que, aunque siempre quise escapar del vacío que me ofrecías para sostener mi inutilidad, tu compañía es finalmente la que nunca me falto. Por esas frías noches de regreso a casa, por esas calladas mañanas en las que repudiaba la supuesta libertad de los que proclamaban tenerla, por aquellos que, finalmente no se si bellos, momentos que pasamos juntos, momentos en que quise huir de tu frío calor sin dejar rastro, te estoy y estaré triste… pero eternamente agradecido.
He aprendido suficiente.
Quita de mí los sueños que nunca pude hacer realidad.
Ya no quiero recordarlos.
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Quita de mí… mi vida.
Y hazlo ¡ya!
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Duerme mi niño.
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Duerme en mi eterna canción.
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Duerme para siempre.
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Duerme ya…
Última edición por kodaichi el Dom 17 Nov - 14:38, editado 1 vez