Un hogar que vive en mí, que fue cúpula,
abrigo, intimidad de cuerpos. Palabras
que, una vez dichas, ascienden por la sangre
cada día, a cada segundo. Nostalgia del tacto
y la caricia, del ventanal donde la silueta
del sueño se recortaba. Nebulosa de todos
los libros que leí, de los cumpleaños en que creció,
paulatinamente, mi edad. Recuerdo de otro mar,
más infantil, su lengua sobre mi vientre
antes de la primera brazada, los paseos
nocturnos, el olor salino, la música de las olas
rompiendo enérgicas contra el gastado pretil.
Y un balón, casi roto, y el correr sin destino
entre las calles vacías riendo de dicha,
llorando de ingenuidad. Nostalgia de las voces
que lamían mi corazón, de los besos húmedos
ocultos en el portal. Te diré que nada he perdido,
en el envés de mis ojos todo permanece
como un teatro cuya función nunca termina.